jueves, 9 de octubre de 2014

Planeta Estefania

Al cabo de unos meses de viaje errante, encontré un lugar para detenerme: un Planeta llamado Estefania. Había emprendido una expedición incierta, obligado por las circunstancias. Mi nave espacial, hecha con decisiones mal tomadas, era quien elegía el rumbo a tomar. No tenía una dirección fija, no sabía hacia dónde me dirigía, no sabía hacia dónde quería ir, sólo sé que viajaba por el universo de la soledad, las galaxias de las nostalgias y las infinidades del arrepentimiento. Ya mi combustible de penas se estaba empezando a vaciar cuando lo vislumbré. Era pequeño y sencillo, pero su aura cálida irradiaba ternura y compasión.
Me acerqué veloz a él, sin poder detenerme. Cuando estaba a punto de llegar, se me acabó el combustible, pero la Inercia y la fuerte energía de gravedad me atraían hacia su superficie. Me estrellé en el planeta. Fue un accidente que me dejó sorprendido, aunque salí sano y salvo. Unos minutos después dejé mi asombro de lado y me precipité a buscar leña. Era de noche. Su atmósfera era alegre y tímida, el paisaje se veía hermoso pero tosco y su superficie tenía el color de la piel. Encendí una fogata, lo suficientemente grande para que durara toda la noche y me dormí en el regazo del Planeta Estefania.
Al amanecer comprendí que era un cálido verano. Las libélulas recorrían libremente el cielo, reinas de ese espacio celestial. En la tierra, los animales habitaban las praderas, sin miedo a los depredares o cazadores. No existían plantaciones, ni forestales, ni cultivos, ni rancherías, ni ciudades, ni empresas, ni nada que alterara el equilibrio perfecto de la naturaleza. Sólo yo era el extraño, el intruso, el parásito que infectaba el ecosistema completamente completo. El planeta no me necesitaba para seguir con la vida tal y como estaba, pero me recibió amablemente en su vientre, me dio cobijo, me brindó todo lo que necesitaba para alimentarme y calentarme, y me concedio un hogar. Me sentí feliz en ese paraíso inocente, libre de cualquier culpa, de sentimientos negativos, de los problemas. En la sencillez de la vida rústica, me encontré amando al planeta, y la tierra me devolvió todo el cariño queriéndome tal y como era.
Disfrutaba la suavidad de sus volcanes gemelos, habitaba el vientre tranquilo de su valle fértil, me revolcaba en sus ríos sueltos y desordenados como cabellera, me perdía en las nubes marrones que me miraban como ojos, besaba las coloradas rosas de su labios floridos, por las noches un brazo de oscuridad me protegía de mis pesadillas, me deleitaba recorriendo las cordilleras que asemejaban rodillas y las piernas de montañas me llevaban hacia los rincones más escondidos del planeta, hasta que descubrí una cueva secreta, cálida, donde me refugiaba cuando necesitaba tranquilidad y silencio.
Permanecí un tiempo así, sin cambios, alegre, embelesado. No supe cómo pasó, pero de pronto era otoño. Entonces descubrí que no estaba solo: otras personas venían de vez en cuando, alumbradas por la fastuosa sencillez del planeta, buscando un tesoro desconocido para mí. ¿Qué ocultaba Estefania? ¿Qué deseaba todo el mundo encontrar en sus tierras suaves? Venían en naves de amistad, de familiaridad, de egoísmo, de malas intenciones, de compasión y de todas las formas posibles. Algunas sólo tomaban un descanso, otras se quedaban un tiempo, acampando entre bosques con árboles sonrientes, donde resonaban cantos ornitológicos y dormía una naturaleza indómita y creativa. Y yo me refugiaba en mi lugar secreto, esperando acabaran la visita para poder disfrutar a solas de mi mundo. En otras ocasiones, contadas, me acercaba trémulo a conversar con los recién llegados, intentando disimular, con cordialidad, un saludo de despedida.
Buscando el tesoro oculto entre sus pieles, aparecieron los problemas. Mi secreta permanencia permanecía oculta al par de soles que le daban vida. Sobrevino la erupción de los volcanes, depositando una capa ardiente compuesta por miedos. Me encontré con un meteorito íntimo, incrustado como una espina en los rincones del remordimiento. Al descubrimiento le siguieron celosas inundaciones sucesivas. El otoño iba marchitando la suavidad del suelo donde estaba parado, y me encontré muchas veces sin poder mantenerme en pie, en un estado de abastasia, arrastrado por las celosas mareas hacia los confines de la atmósfera, y ahí, a lo lejos, observaba nuevamente el planeta, mi nave destruida y la calidez que irradiaba Estefania, incluso con las enfermedades de un invierno que se asoma tímido por encima de la pandereta de las estaciones. Y, cuando estaba a punto de perderme sin rumbo en las infinidades del espacio, Estefania abría sus brazos, dispuesta a recibirme nuevamente y acogerme en su regazo.
Pero soy un humano, la plaga que destruye La Tierra, un insecto voraz, devorando la ternura de las amapolas recién florecidas, un parásito infame, capaz de chupar toda la sangre de la compasión, un ave de rapiña, alimentándose de los errores muertos del corazón, un chape, que se apega y no se desprende con nada, un mosquito molesto, aleteando dudas a su alrededor. Mi presencia marchitaba al mundo y hacía más complicado de sobrellevar el otoño. Mas, seguía sintiéndome cómodo habitando en Estefania. Por eso, no dejé nunca de luchar contra mis destructivos instintos para mantener a salvo su frescura maternal y el calor de su interior.
Y sin darme cuenta, me había convertido en una luna, orbitando alrededor del Planeta Estefania, alumbrando la oscuridad de sus miedos, acompañándola en sus sueños, recorriendo el espacio anual junto a ella, incapaz de alejarme por la gravedad que me mantenía siempre apegado a ella. Observándola completamente, como un mundo entero por descubrir y no como montañas, valles, continentes y océanos, descubrí el tesoro que guardaba: su valiosa compañía. Y, siendo un fiel satélite, permanecí atado a su órbita hasta que el destino quiera lo contrario.

El planeta Estefania, mi mundo privado, mi universo completo, mi novia.

1 comentario:

  1. y tú serás la luna que alumbre mis más oscuros rincones...Gracias por tan hermoso cuento

    ResponderEliminar